miércoles, 21 de septiembre de 2016

CASADITO: TERRORISMO CORPORATIVO Y DE ESTADO


Ovidio Roca

Relatos de la era plurinacional
Experimentos realizados por los estudiosos del comportamiento y de la economía conductual, entre ellos los del Profesor Ariely, (*) han comprobado fehacientemente que “el cerebro se adapta  rápidamente al comportamiento tolerado por el grupo circundante; es decir que si el grupo que nos rodea consiente determinados actos de corrupción, nuestro cerebro buscará acomodarse a tal comportamiento grupal y lo repetirá en su vida cotidiana”.
Es decir, que cuando una parte de nuestro entorno comete atropellos, delitos y actúa desaprensivamente contra sus vecinos logrando así sus fines, nosotros también nos sentimos libres e impelidos de hacerlo y así se va creando una cultura de la amoralidad, la informalidad, el terror y abuso al más débil y menos organizado para defenderse. 
Este comportamiento es más generalizado en países como el nuestro, que vive en un permanente ambiente de anomia y carecen de instituciones sólidas y confiables. Como consecuencia de ello, los ciudadanos formados en este ambiente de temor y desconfianza en las instituciones gubernamentales, buscan alejarse rápidamente de sus ejecutores, especialmente de los fiscales, jueces y policías a quienes temen y desprecian.
Actúan de esta manera, pues la práctica cotidiana les ha enseñado que cuando viene, por ejemplo un fiscal o policía de tránsito, seguro que está buscando descubrir o inventar una infracción, que les permita sacar una tajada.
Por ejemplo, en los últimos tiempos el retiro de las placas de los vehículos mal estacionados se convirtió en un tremando negocio para los guardias municipales, pues el “pavo” ante la disyuntiva de la multa de seiscientos bolivianos más el trámite burocrático de una semana; contra los doscientos bolivianos, “que por ayudarte”, pedían los guardias municipales, la elección era obvia. Cuando esta práctica se convirtió, gracias a la prensa, en un escándalo público o porque los guardias no pasaban la cuota para los de arriba, tuvieron que eliminarla.
Otro ejemplo que muestra claramente cómo el entorno institucional y social influye y moldea nuestro comportamiento, lo vemos en los choferes bolivianos cuando ingresan a otros países en los cuales existe cierto ambiente de legalidad. El cambio es impresionante, pues allí se comportan de manera ejemplar, respetando todas las normas y de ninguna manera se les ocurriría ofrecer coima a un carabinero y menos en Chile.
Por estas tierras olvidadas de jehová y wiracocha, vivimos en un ambiente de permanente desorden; todos los días grupos corporativos (llamados movimientos sociales) y ahora casi toda la población, cuando tienen un interés, un reclamo, ni se les ocurre proceder de acuerdo a ley y de inmediato proceden a realizar huelgas, tomas y bloqueos para presionar a las autoridades, en las que no creen, pero como detentan la fuerza y las armas, los presionan para que les concedan lo que piden.
Esta misma lógica coercitiva la aplica el Gobierno para mantenerse en el poder; utiliza las instituciones bajo su mando: los poderes legislativo, judicial y las fuerzas armadas y policiales y aplica las leyes y las argucias que le convienen para destruir y encarcelar a sus opositores y generar terror en la población.
Ambos grupos no tienen idea y tampoco les importa, lo que la civilización ha construido en relación al derecho. Ulpiano, Jurista Romano, decía hace dos mil años: “El derecho de uno, empieza donde termina el de los demás”.
Vivimos en un escenario de terrorismo de Estado y anarquía, donde la población angustiada no atina a hacer nada, pues está totalmente paralogizada y no encuentra una salida para lograr la seguridad, la convivencia pacífica, el respeto a las leyes y a las personas.
En este ambiente de incertidumbre, la gente en su afán de sobrevivir se acomoda como mejor puede a estas circunstancias. Como dice el dicho, si no puedes vencerlos únete a ellos; una sentencia que se aplica cuando no se ve opciones y lo único que queda es subsistir a cualquier costo y cuidar de sus propios intereses.
Lo trágico de todo esto es, que cuando todo vale, cuando todo se diluye en la indiferenciación, nada en realidad vale nada. Y este es el gran problema, pues es un hecho demostrado que sin un ambiente social de ética y verdadera cultura democrática, el país no puede avanzar.
Nuestro cerebro, como se demostró en los experimentos del Profesor Ariely, se acomoda a este tipo de comportamiento y lo aplica en su vida cotidiana y esto continuara así mientras no cambie el entorno social y político y se instaure el orden y la confianza social. De ahí que los jóvenes, los que no tienen complicidad con el pasado como decía Ingenieros y que quieren construirse un mejor futuro, deben procurar un cambio democrático que les permita construir y vivir en un Estado de derecho, donde se respeten las leyes, su vida y su libertad.
 (*) DISHONESTY. The Truth About Lies.

ovidioroca.wordpress.com 

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