Ovidio Roca
La cultura liberal tradicional se adhiere a los
valores de orden social, propiedad privada, familia y trabajo creativo; por lo
general en un marco ético y religioso. Bajo esta concepción ideológica se busca
garantizar un ambiente de seguridad jurídica que fomenta inversiones y fuentes
de empleo y promueve la ejecución de programas de educación humanista, productiva,
tecnológica en un Estado de Derecho.
El Populismo tiene
varias acepciones; generalmente se lo aplica a las tendencias socialistas y
fascistas totalitarias, pero por lo común está referido a todo aquello que se
aparta de la democracia liberal.
En Latinoamérica más que
definirlo conviene describir lo que hacen nuestros populistas, ya que en las
últimas décadas y especialmente en los países de la Alba y de la blanca, venimos
adoleciendo de un largo periodo de peste populista, durante el cual los
movimientos castro chavistas han sido extremadamente creativos en el uso de la
demagogia y la manipulación de las masas.
Pero lo que mayormente marca y caracteriza al
populismo es que tiene como finalidad
y objetivo el disponer y utilizar los recursos públicos para sus propósitos,
produciendo con este su accionar un ambiente con déficit económico y de
institucionalidad.
Ellos apuestan por el estatismo, multiplican la
burocracia y lo primero que hacen es afirmarse en el poder de manera indefinida.
Para ello conquistan a la población con ilusiones y prebendas, utilizando para esto
la riqueza producida por otros, por lo que la gente rápidamente se acostumbra a
estas promesas y eventualmente a recibir subsidios y bonos.
En este ambiente la cultura del riesgo y del
trabajo desaparecen pues todo se lo espera del Estado, por lo que no se logra
una estructura productiva extendida y competitiva lo que hace extremadamente
difícil avanzar hacia una economía de mercado, con empresas productivas y
trabajos formales.
El discurso populista es matizado dependiendo de la
psicología de las masas de cada país. En Bolivia el discurso es fundamentalmente indigenista y en
lo demás sigue el típico discurso demagógico; se adversa a la empresa privada
formal y se reivindica el rol del Estado en favor de los intereses de las masas
populares con ofertas de estatismo, seguridad y justicia social.
Utilizan los mecanismos democráticos, especialmente el voto, para obtener el poder y luego se olvidan de ellos y solo se ocupan de preservar el poder y mantener la hegemonía política a través de la “popularidad” ante las masas, con discursos y medidas populacheras.
Utilizan los mecanismos democráticos, especialmente el voto, para obtener el poder y luego se olvidan de ellos y solo se ocupan de preservar el poder y mantener la hegemonía política a través de la “popularidad” ante las masas, con discursos y medidas populacheras.
Se aplica el esquema
del enemigo necesario; este es un mecanismo primordial, pues siempre tiene que
haber un enemigo o una conspiración lista para “para despojar al pueblo de sus
conquistas y dividir el país”, esto deja al grupo de poder con las manos libres para atacar a la
oposición y lo hace de la mano del líder populista que salva y defiende al
país.
Se aplican medidas
contra la libertad de expresión, como la regulación de los medios de comunicación,
su compra por los socios del gobierno o su supresión, seguido por el hostigamiento
y encarcelación de comunicadores sociales y el amedrentamiento de la población.
En el plano económico,
los populistas se dedican a estatizar empresas con el nombre de
nacionalizaciones. Se establece la total regulación estatal de la economía y
fundamentalmente se ocupan de centralizar los poderes públicos: legislativos,
judiciales y electorales en el Ejecutivo y a éste en manos de una sola persona
o grupo hegemónico.
Este tipo de procesos ya lo hemos vivido en Bolivia varias
veces y hasta ahora nada aprendemos. El último de estos fue hace algo más de
treinta años (1982-1985) cuando vivimos una dramática etapa de populismo que
dejó pésimos recuerdos y una economía quebrada, pero ninguna enseñanza para
evitar repetirla.
Durante ese periodo, en el país se desató una ola
de anarquía, incertidumbre y paralización de la producción. En una euforia
populista, miles de izquierdistas de todas partes iban y venían a participar
del carnaval revolucionario, mientras las amas de casa y los trabajadores
corrían de un lado a otro para buscar qué comer y comprar su dólar, antes que
sus bolivianos difícilmente ganados pierdan su valor barridos por la
inflación. La gente recibía su sueldo, su plata y corría a comprar dólares
de los pichicos, comida, ropa, cualquier cosa con tal de deshacerse de los
bolivianos que minuto a minuto perdían valor.
La gente miraba espantada tamaño desorden, esa terrible
inflación llegó al veinte mil por ciento y el dinero para pagar sueldos y
deudas públicas no alcanzaba, así es que se imprimian cada día millones de
papeles y se añadían ceros. El
tipo de cambio del dólar paralelo que el año 1982 era de 283 bolivianos, llego en
el año 1985 a 1.050.000 bolivianos por un dólar, es decir 3.710 veces más
alto.
Este desastre y la desesperación popular fue lo que
permitió sin mayor oposición que Víctor Paz, un verdadero Estadista, aplique
una receta de economía liberal y con eso salvo al país del desastre. El
Presidente Víctor Paz, puso orden en la economía y en los mercados, freno la
inflación y diseñó una política económica de mercado que condujo exitosamente
al país por varios años, hasta que nuevamente recaímos en el populismo.
Estamos en víspera del desastre productivo que por
ahora esta enmascarado y atenuado por la plata de la coca y la cocaína, las que
sustentan la economía informal y posibilitan el abastecimiento de la población.
Se asegura que es gracias a los dólares de la coca, del suministro de bienes por
el contrabando, más la arraigada mentalidad de dependencia y subsidios, que la
gente aún no percibe los problemas que se avecinan. Quizá necesitamos llegar al
desastre para que la gente reaccione y decida apoyar a un Estadista y no a un
Populista.
ovidioroca.wordpress.com
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