Ovidio Roca
La sociedad en las épocas doradas de
los filósofos, como Sócrates, Platón y Aristóteles, valoraba a las personas por
sus atributos intelectuales, sus ideales, valores éticos, comportamiento ciudadano
y sus aportes a la comunidad. En la actualidad poco distinguimos y valoramos a
las personas por su capacidad intelectual y sus valores, se lo hace mayormente
por sus atributos económicos y biológicos, por su tipo racial.
En la lucha por la
subsistencia, desde siempre y aún más en las áreas urbanas se ha buscado
eliminar la competencia utilizado los rasgos visibles del presunto competidor para
estigmatizarlo y excluirlo. Para esto se usan sus facciones y los aditamentos más
visibles, como el color de la piel, vestimenta, comportamientos culturales,
lenguaje, que son los más utilizados.
Algunos sectores populistas
llaman de “políticamente
correcto” aquellas galimatías que presuntamente evitan ofender o
poner en desventaja a personas de algunos grupos considerados vulnerables. Siguiendo
esta moda
ya no se llama a las cosas por su nombre, por ejemplo ya no puede decirse el
negro, como llamamos a nuestro amigo Iván, o camba, o colla o judío y cientos
más; pues la gente se puede sentir ofendida y discriminada, lo que es absurdo
para quien asume con orgullo su biología, su personalidad y cultura. En lugar
de victimizarse y escaparle al bulto, lo obvio es capacitarse y valorizarse
como ser humano integral de cuerpo y mente.
En Santa Cruz un pueblo mestizo como todos, se llamaba
camba al que tenía el cuero, la piel más oscura y colla al de rasgos del collasuyo,
que tampoco era choco. Aunque este apelativo entre los cambas originarios no
era despectivo, luego y gracias a los analistas algunos empezaron a considerarlo
así. Lo bueno es que los cambas sensatos decidieron asumirlo como un gentilicio
regional y así se lo estableció. Por lo que cambas somos todos los orientales,
hasta aquellos altos, rubios y que hablan inglés.
Los políticos andinos y algunos acomplejados, se
sienten ofendidos cuando les dicen collas y eso solo muestra sus inseguridades
personales. Alguno dirá que es por el tono con que se les llama colla; por eso
de: “e to merada”.
Los grupos
progre, dicen trabajar en la inclusión y proponen la “discriminación positiva”. Con esta discriminación positiva se busca aumentar la representación de
determinados grupos marginados por su género, raza, sexualidad, credo o
nacionalidad, en ámbitos en los que están poco incluidos como la educación y
empleos administrativos.
Sin embargo y como en todo, existen al menos dos lados en cada historia:
Cuando esta discriminación positiva se la utiliza para los fines del populismo
demagógico, su aplicación puede destruir la idea de meritocracia y reducir los
estándares de responsabilidad necesarios para impulsar a los empleados y
estudiantes a tener un mejor desempeño y de esta manera se pueden generar
resultados desfavorables para empresas, la educación y la economía productiva.
Por suerte existe el sentido común y así es que un emprendedor, que es una
persona práctica y busca la eficiencia, cuando contrata a alguien para un
trabajo lo hace fijándose en su capacidad técnica y su comportamiento y no en
el color de su piel. No le importa si es blanco, negro o azul, sino que haga
bien su trabajo.
Por su parte los grupos
populistas y progre, que dicen trabajar en la inclusión
aplicando la “discriminación positiva” solo lo hacen en el discurso y solo
en el discurso, pues en la práctica y en su agenda política, ideológica y
discursiva, excluyen a toda persona de cualquier color o género que les
cuestione o enfrente. Por ejemplo
últimamente en USA, la alcaldesa de Chicago Lori
Lightfoort ha utilizado un racismo flagrante,
al no permitir la asistencia a sus eventos de los periodistas blancos.
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