Al amanecer voy a pasear por, la
vereda exterior del Parque los Mangales, pues este permanece cerrado por orden
superiora. Un Parque arbolado de unas cuatro hectáreas, en el cual durante la
madrugada circulan apenas una media docena de valientes y aguerridos caballeros,
los que por el honor de sus damas o más bien por órdenes de sus amas, se
arriesgan cada madrugada a pasear perros de todas marcas y colores que van
elegantemente vestidos; también hacen las compras del horneado, frutas y
legumbres. Todo el honor y mi admiración para ellos y también para el héroe Payin.
Al retorno de este periplo mañanero y luego de haber conversado con estos machos de pura cepa, estuve leyendo las noticias internacionales y allí encontré algo que me dejo perplejo y que me confirmo la persistente presencia de la estupidez humana, que cada día que pasa crece más.
La
Noticia que me llamo la atención, comentaba de una mujer afgana, Asal, la que diagnosticada de coronavirus regresa a su casa
sufriendo de dolores y fiebre y le entrega su esposo la receta a para que pueda
comprarle los medicamentos. Cuando este ve el nombre de ella escrito en la
receta, se pone furioso y la
golpea por, “revelar su nombre a un hombre extraño”.
En Afganistán y otras sociedades
árabes, es común obligar a las mujeres mantener su nombre en secreto y también su rostro y su cuerpo, que
debe estar cubierto totalmente por una burka.
El usar abiertamente los nombres de mujeres se considera inapropiado e incluso un insulto en la nación musulmana conservadora y la razón principal para negarles su identidad a las mujeres es, el “honor” masculino, que en la sociedad patriarcal no solo obliga a las mujeres a mantener sus cuerpos ocultos, sino también a ocultar sus nombres. Nos lo dice el sociólogo afgano Ali Kaveh.
El usar abiertamente los nombres de mujeres se considera inapropiado e incluso un insulto en la nación musulmana conservadora y la razón principal para negarles su identidad a las mujeres es, el “honor” masculino, que en la sociedad patriarcal no solo obliga a las mujeres a mantener sus cuerpos ocultos, sino también a ocultar sus nombres. Nos lo dice el sociólogo afgano Ali Kaveh.
En la sociedad patriarcal de
Afganistán el nombre de una mujer no debe ser revelado, incluso en su tumba. Por
tanto se escribe: aquí yace la madre, la hija o hermana, de “alguien masculino”
y esto es lo que se lee en la lápida, en lugar del nombre de la difunta. También
según la ley afgana, el nombre de la madre no debe registrarse en el
certificado de nacimiento de su hijo.
En este tipo de sociedades las
mejores mujeres son las que no se ven ni se escuchan. Como dice el refrán: “El
sol y la luna no la han visto”.
Actualmente algunas mujeres afganas
luchan por su identidad, por el derecho de tener un nombre, mediante la
iniciativa #WhereIsMyName. Dónde está mi nombre.
Les deseo éxito, el que será logrado con
un gran esfuerzo pues la estulticia es poderosa y muy actual; lo vemos y leemos
permanentemente, en lo relatado arriba y al leer los tuits (graznidos) de los
principales políticos, del norte y del sur, de izquierda y de derecha.
ovidioroca.wordpress.com
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