Ovidio Roca
Relatos
de la era plurinacional
Experimentos realizados por los estudiosos del
comportamiento y de la economía conductual, entre ellos los del Profesor
Ariely, (*) han comprobado fehacientemente que “el cerebro se adapta
rápidamente al comportamiento tolerado por el grupo circundante; es decir que
si el grupo que nos rodea consiente determinados actos de corrupción,
nuestro cerebro buscará acomodarse a tal comportamiento grupal y lo repetirá en
su vida cotidiana”.
Es decir, que cuando una parte de nuestro entorno comete
atropellos, delitos y actúa desaprensivamente contra sus vecinos logrando
así sus fines, nosotros también nos sentimos libres e impelidos de hacerlo y
así se va creando una cultura de la amoralidad, la informalidad, el terror y abuso
al más débil y menos organizado para defenderse.
Este comportamiento es más generalizado en países como
el nuestro, que vive en un permanente ambiente de anomia y carecen de
instituciones sólidas y confiables. Como consecuencia de ello, los ciudadanos formados
en este ambiente de temor y desconfianza en las instituciones gubernamentales,
buscan alejarse rápidamente de sus ejecutores, especialmente de los fiscales,
jueces y policías a quienes temen y desprecian.
Actúan de esta manera, pues la práctica cotidiana les
ha enseñado que cuando viene, por ejemplo un fiscal o policía de tránsito,
seguro que está buscando descubrir o inventar una infracción, que les permita
sacar una tajada.
Por ejemplo, en los últimos tiempos el retiro de las
placas de los vehículos mal estacionados se convirtió en un tremando negocio
para los guardias municipales, pues el “pavo” ante la disyuntiva de la multa de
seiscientos bolivianos más el trámite burocrático de una semana; contra los
doscientos bolivianos, “que por ayudarte”, pedían los guardias municipales, la
elección era obvia. Cuando esta práctica se convirtió, gracias a la prensa, en
un escándalo público o porque los guardias no pasaban la cuota para los de
arriba, tuvieron que eliminarla.
Otro ejemplo que muestra claramente cómo el entorno institucional
y social influye y moldea nuestro comportamiento, lo vemos en los choferes
bolivianos cuando ingresan a otros países en los cuales existe cierto ambiente
de legalidad. El cambio es impresionante, pues allí se comportan de manera
ejemplar, respetando todas las normas y de ninguna manera se les ocurriría ofrecer
coima a un carabinero y menos en Chile.
Por estas tierras olvidadas de jehová y wiracocha, vivimos
en un ambiente de permanente desorden; todos los días grupos corporativos (llamados
movimientos sociales) y ahora casi toda la población, cuando tienen un interés,
un reclamo, ni se les ocurre proceder de acuerdo a ley y de inmediato proceden
a realizar huelgas, tomas y bloqueos para presionar a las autoridades, en las
que no creen, pero como detentan la fuerza y las armas, los presionan para que
les concedan lo que piden.
Esta misma lógica coercitiva la aplica el Gobierno
para mantenerse en el poder; utiliza las instituciones bajo su mando: los
poderes legislativo, judicial y las fuerzas armadas y policiales y aplica las
leyes y las argucias que le convienen para destruir y encarcelar a sus
opositores y generar terror en la población.
Ambos grupos no tienen idea y tampoco les importa, lo
que la civilización ha construido en relación al derecho. Ulpiano, Jurista
Romano, decía hace dos mil años: “El
derecho de uno, empieza donde termina el de los demás”.
Vivimos en un escenario de terrorismo de Estado y
anarquía, donde la población angustiada no atina a hacer nada, pues está totalmente
paralogizada y no encuentra una salida para lograr la seguridad, la convivencia
pacífica, el respeto a las leyes y a las personas.
En este ambiente de incertidumbre, la gente en su afán
de sobrevivir se acomoda como mejor puede a estas circunstancias. Como dice el
dicho, si no puedes vencerlos únete a ellos; una sentencia que se aplica cuando
no se ve opciones y lo único que queda es subsistir a cualquier costo y cuidar
de sus propios intereses.
Lo trágico de todo esto es, que cuando todo vale, cuando todo se diluye
en la indiferenciación, nada en realidad vale nada. Y este es el gran problema,
pues es un hecho demostrado que sin
un ambiente social de ética y verdadera cultura democrática, el país no puede
avanzar.
Nuestro cerebro, como se demostró en los experimentos del
Profesor Ariely, se acomoda a este tipo de comportamiento y lo aplica en su
vida cotidiana y esto continuara así mientras no cambie el entorno social y
político y se instaure el orden y la confianza social. De ahí que los jóvenes,
los que no tienen complicidad con el pasado como decía Ingenieros y que quieren
construirse un mejor futuro, deben procurar un cambio democrático que les
permita construir y vivir en un Estado de derecho, donde se respeten las leyes,
su vida y su libertad.
(*) DISHONESTY. The Truth About Lies.
ovidioroca.wordpress.com
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