PAJPACUS MARXISTA -
INDIGENISTAS
Ovidio
Roca
Estamos tan saturados de propaganda política; anuncios de nuevas leyes
que solucionaran con su simple aprobación los problemas del país; de negociados
de obras y bienes, con millonarios sobreprecios y que no funcionan; de
permanentes bloqueos, tomas de minas y
tierras, de crímenes y asaltos; noticias con las que los medios nos bombardean
todos los días.
Todo este desorden nos mantiene en permanente tensión;
y totalmente obnubilados dejamos pasar las exigencias de la realidad, de las cosas
que son importantes para la vida cotidiana de las personas y de la sociedad, y
que deben ser los temas a enfrentar y solucionar: trabajo, seguridad, desayuno, almuerzo, cena, educación,
salud y sobre todo confianza en las instituciones (que deben merecerla) y cultura
de responsabilidad ciudadana.
Esta etapa de la
historia boliviana, corresponde a la de
los ¨pajpacus¨ marxista - indigenistas, del llamado proceso de cambio para peor, que ilusionan a las esperanzadas masas indígenas
vendiéndoles un trasnochado comunitarismo e indigenismo. Estos pajpacus tienen,
por más de siete años, el control
de la totalidad de las instituciones del Estado y lo que hacen admirablemente bien,
es satisfacer sus propias ansias de dominio, usufructuando de los fondos
públicos para satisfacer sus apetitos de riqueza y poder.
El
mismo Marx ya preveía el surgimiento de estos revolucionarios del Siglo XXI,
cuando en “Das Kapital” decía que la consigna de estos impostores es: “laat
me nien geben, zet me waar haigënn”. (1)
Es como si viviéramos en un mundo de ficción, un
mundo virtual, un mundo en el que usando
los dichos de Marx, la superestructura esta divorciada de la estructura y donde
las soluciones se dan mágicamente y por decreto. Para mantenernos en esta
irrealidad los operadores políticos del gobierno se empeñan en mantener una
permanente violencia destructiva e irracional, alentando las luchas étnicas,
religiosas, territoriales, culturales, pues es el ambiente donde se desempeñan
mejor y con el cual mantienen paralogizadas a las clases medias y a los
políticos de oposición.
En
este país socialista, comunitarista, cocalero, la democracia consiste en gastar
inmensas sumas en realizar elecciones, otras tantas en fraguar los resultados
favorables al gobierno, luego gastamos mas en enjuiciar a las autoridades de la
oposición que milagrosamente fueron electas pese a todos los escollos; luego
seguimos gastando para expulsarlos, encarcelarlos, exiliarlos. Y nuevamente
empezamos el ciclo con las elecciones y así nos vamos yendo para la misma m.
Nos emborrachan con declaraciones,
promesas, discursos; pero nada de gestión, nada de obras, nada de producción
licita. Han
destruido las empresas productivas, las instituciones y el Estado de Derecho y
han alentado y están creando un nuevo Estado Corporativo, de bandas
delincuenciales que se reparten el territorio y las fuentes de lucro: son
funcionarios públicos que ordeñan los recursos fiscales, son cocaleros, narcotraficantes,
contrabandistas, falsos cooperativistas mineros y verdaderos pajpacus.
El
gobierno recibió de herencia, un sistema financiero sólido y una practica de
manejo macroeconómico ya instalada, lo que le permitió cosechar ese inesperado regalo
de precios internacionales de las materias primas, hidrocarburos, minería y
agropecuaria, que explica la bonanza no solo nuestra, sino de países con
parecida condición. El problema es que
hemos cosechado estos siete años de vacas gordas, pero no hemos sembrado,
ni guardado y menos cuidado la era. Lo que nos hace avizorar que luego que pase
este ciclo, tendremos siete o más años de vacas flacas y tratando de gobernar a
una sociedad anarquizada, consumista y escindida en corporaciones
delincuenciales que poco piensan en el interés general.
Y
el problema es que como ciudadanos y como sociedad hemos perdido el sentido de
responsabilidad. Todos presionamos para que otros hagan, pero nadie hace algo
al nivel que le corresponde. Nos olvidamos que la construcción se hace de abajo
hacia arriba, haciendo gestión y obras en lo que corresponde a nuestro nivel de
competencia y ampliando y creciendo las mismas en la medida que tenemos mayor capacidad.
Desde
lo local y en nuestro afán de progreso, partimos elaborando un Estatuto Autonómico
de ficción, para un país y dirigentes que no existen. No fuimos prácticos como
debía ser, empezando a construir con lo que tenemos, con el país que tenemos,
con la mejor gente que tenemos y avanzar rápidamente construyendo los cimientos
de institucionalidad y confianza que permita construir un mejor país y un mejor
ciudadano.
Mucha
gente se ilusiono por los tremendos discursos pidiendo autonomía, que había
querido decir capacidad de dictarse normas, de administrarse y luego el arduo trabajo
cotidiano de ejecutar, construir. Pero el discurso autonomista se gasto por
falta de ejercicio de la misma y ahora seguimos gastando tiempo en pedir
competencias para no ejercerlas.
Tampoco
como personas asumimos nuestras responsabilidades: existen algunos
emprendimientos nacionales que tienen Directores designados por las
Gobernaciones y Alcaldías y aunque ellos son minoría, tienen la capacidad de
fiscalizar, denunciar y enjuiciar, cuando las cosas se hacen erróneamente.
Vemos luego y tarde que los proyectos se convierten en grandes negociados y
luego fracasan, sin que los Ejecutivos y tampoco los Directores rindan cuentas.
Debido
al estado de anomia que vivimos y como en política se necesitan los votos, nadie quiere tener competencias que impliquen
combatir la extendida ilegalidad, los vicios y poner orden en los gremios y lograr
el respeto a la ley y los derechos ciudadanos. Y esto ocurre a todo nivel, es una pandemia
nacional.
Mientras
tanto el país del proceso de cambio para peor, continua con sus marchas, contramarchas, chicote, dinamita, robos,
asaltos, narcotráfico, que forman parte de las cotidianidad de las calles del
Estado plurinacional. La producción y el comercio lícito se resienten, la coca
sigue creciendo y la tecnología de la cocaína es cada vez más eficiente.
Con nuestra mentalidad de clase media podríamos considerar que
esta es una pésima gestión de gobierno y un desastre nacional, pero las masas los
apoyan electoralmente y resulta difícil de explicar este su comportamiento. Vemos
similar actitud a lo largo de la Latinoamérica populista; en la Argentina infectada de peronismo,
en la opulenta y pobre Venezuela, en la cocalera Bolivia, en el Ecuador del eximio
economista. Algunos explican este comportamiento como una variante del
“Síndrome de Estocolmo” pero creo que debe entenderse como una combinación del
mencionado síndrome y las ventajas que grupos poderosos y delincuenciales
adquieren con este tipo de regímenes.
La
sabiduría popular nos señala con sus aforismos el que hacer: “Habla con tu
hechos” y “Por sus frutos los conoceréis”. “De las palabras a los hechos”, “Obras
son amores y no buenas razones”, “empecemos por casa y por lo esencial”. La
sabiduría popular nos viene señalando el camino y olvidamos de seguirlo. En esencia el pueblo pide a las autoridades:
haga no diga, dedíquese a trabajar, a producir, a generar obras y servicios
para los ciudadanos. Y el indicador del logro no es el avance Presupuestario,
sino el producto, el resultado real y efectivo. Correcta asignación de los
recursos a los sectores prioritarios, con inversiones de costo competitivo y
correcto y esta inversión generando resultados positivos para la comunidad.
Se hace pues necesario, mediante la educación y
la información volcar el famoso slogan derrotista, de “basta de realidades
queremos promesas” por otro que nos conduzca al progreso, “basta de promesas
queremos realidades” y actuemos en consecuencia.
(1) “no me den, pónganme donde haiga”. ver Laureano
Márquez, Er chip Socialista.
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