LAS
EXPLORADORAS DEL OCOROTU
Ovidio
Roca
Partimos
dejando atrás el ensordecedor parloteo de las garacachis que acampan
diariamente al otro lado de la casa y entramos a la umbrosa selva del
Ocorotú. Caminamos con Andreina y las exploradoras, siguiendo las
serpenteantes sendas del monte, bajo los altísimos bibosis, tajibos,
siraris, jororis, maras. Son sendas adornadas y entretejidas con la
seda de las arañas y orquestadas por la algarabía de los cucos,
loros, parabas, tojos, tordos y mauris y poco más allá, por el
estridente y ronco grito de los manechis que nos saludan al pasar.
Al
borde de la quebrada, vemos las pachiubas; palmeras caminantes que en
fila y muy lentamente van bajando por las pendientes, para finalmente
descansar en el lecho del riachuelo. Algunas veces cruza furtivo un
taitetú o un jochi, ahora cada vez más escasos.
Caminamos
lentamente por el monte, donde las distancias no se miden en
kilómetros sino en horas, un tiempo que varía según el clima; si
llovió, si hay barro, si hace mucho calor o si los vientos del sur
nos hielan hasta los huesos; por lo que no sabemos cuánto nos
llevara llegar al arroyo sereboquí.
En
el arroyo es otro el espectáculo, bajo la cúpula del monte aparece
una corriente de aguas cristalinas y una hermosa playa de arenas
blancas, donde en las noches dejan sus huellas los habitantes del
bosque y que ahora nos toca aprender a conocerlas: los jochis, los
gatos monteses, los taitetús, los penis, las hurinas y otros.
Somos
felices cuando compartimos con alguien que amamos, una experiencia,
una emoción, un paisaje.
ovidioroca.wordpress.com
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