Ovidio Roca
Las ciudades y centros
poblados del país son un espacio de nadie; más bien de la informalidad y donde
prima la total indiferencia de los ciudadanos, quienes siempre esperan
que la autoridad tome cuenta de toda situación. Lo irónico del asunto es que
aunque ellos esperan todo del Estado y son felices escuchando sus promesas, no
creen para nada en las autoridades y funcionarios públicos, pues saben que con
estos es poniendo: poniendo plata, poniendo votos o poniendo presión.
La situación en Santa
Cruz es aún más crítica, pues es un pueblo que ha crecido explosivamente y
donde la mayor parte de la población son migrantes que llegan en situación
precaria. Lo problemático es que gran parte de estos nuevos habitantes no se
sienten identificados cultural y emocionalmente con la ciudad; no la sienten
suya, no la quieren, no la cuidan, no la respetan y menos respetan a los
vecinos y residentes.
Los comerciantes
invaden las calles y áreas verdes y a los pobladores al parecer poco le importa
y aceptan de facto esta situación, pues los apoyan comprando sus mercancías en
las calles en lugar de ir al mercado o la tienda, unos pocos pasos más allá. En
otras ciudades como La Paz, Sucre o Potosí los mercados, que son manejados por
las mismas personas que en Santa Cruz, son más limpios y ordenados y también
más baratos; la diferencia está en que tanto las autoridades como los
pobladores de esas ciudades no son tan permisivos.
Recuerdo que hace algo
de veinte años se construyó un gran mercado en un pueblo camino a San Ramón y
desde entonces no he visto que lo usen porque los comerciantes están asentados
a la orilla de la carretera y los viajeros compran desde las ventanillas de los
vehículos y luego botan las cáscaras y basuras al piso.
En cualquier ciudad latinoamericana,
para no mencionar a Europa, los peatones cruzan la calle por los pasos de cebra;
basta pararse al inicio y señalar que se va a cruzar y automáticamente los
vehículos paran y respetan el paso de cebra y al peatón. Esto en Santa Cruz no
se aplica y si lo intentamos, los conductores aceleran para atropellarnos.
Cosa curiosa; en el
mundo más o menos civilizado los ómnibus tienen paradas señaladas para que
suban y bajen los pasajeros, en nuestro pueblo paran en cualquier lugar,
especialmente en las esquinas y el desorden vehicular importa un comino.
Después de años de
permisividad y negocios compartidos, el Municipio ha decidido valientemente, seguro
una mujer, poner orden en la ciudad. La gente oriunda aplaude, se alegra, pero
no hace nada, por lo que en este ambiente donde siempre se ha permitido y
consentido el desorden esto lamentablemente no funcionará; salvo que la
población cambie su actitud permisiva y cómoda y decida actuar respetando las leyes
y disposiciones; entre estas no comprar en los lugares no autorizados ni acondicionados
para este fin; respetar las normas de tráfico; el cuidado del medio ambiente y practicar
el respeto a los demás.
Se insiste en que la
educación y la cultura de responsabilidad ciudadana empieza con la predica y el
ejemplo en la familia, la escuela, las instituciones municipales, los medios de
comunicación, las organizaciones civiles y se cimienta con el amor a su ciudad,
a sus vecinos y a sí mismos.
En su Manual, nuestros
Jóvenes de Jigote con gran razón nos dicen: “para que la norma se cumpla debe haber congruencia entre ley, moral y
cultura. La ley es la normativa, la moral son las normas interiorizadas y la
cultura son los comportamientos promovidos. El divorcio entre estos frustra la
experiencia de vivir bien en la ciudad”.
Como dice el dicho: Todo
pueblo tiene las calles, el tráfico, los mercados y las autoridades que se
merece.
ovidioroca.wordpress.com