Editorial Diario El Día, Santa Cruz.
La tragedia nacional no son esos 105 millones de
dólares que tendremos que pagar los bolivianos al Banco Bilbao Vizcaya por la
nacionalización de las Administradoras de Fondos de Pensiones.
Tampoco los cerca de 700 millones de dólares que hemos
pagado desde 2006 a 12 empresas transnacionales que recurrieron a la justicia
por el atropello a sus bienes e inversiones realizadas en nuestro país.
Nuestro drama no es la aniquilación de la industria
gasífera en manos del estado plurinacional, la destrucción de los mercados, la
corrida de capitales por culpa de la inseguridad jurídica ni la sequía de
inversiones que se produjo como consecuencia de la nacionalización.
La desgracia no es que el régimen del MAS se haya
farreado toda la renta petrolera en chucherías, lujos de nuevo rico, elefantes
blancos y en comprar las conciencias de los dirigentes de sindicatos y
movimientos sociales cómplices de la mayor degradación ética y moral que se
haya visto en Bolivia.
No somos desdichados por la debacle de BOA, Entel y
todas las empresas que pasaron a las sucias manos de los masistas. Tampoco por
la enorme cantidad de las falsas industrias estatales que se comen más de la
mitad del presupuesto nacional, a cambio de pérdidas, escándalos de corrupción
y una épica demostración de ineficiencia e incapacidad nunca antes vista en la
administración pública altoperuana.
La fatalidad boliviana no es que, por culpa de la
nacionalización, Bolivia esté en los últimos lugares de América Latina en
captación de inversión extranjera, que sea uno de los peores sitios para hacer
negocios y que estemos atravesando un déficit fiscal crónico, un desfase en la
producción de combustibles líquidos y el riesgo de enfrentar escasez después de
haber sido por décadas un exportador nato.
Nuestra catástrofe es que, pese a toda esta realidad
que todo el mundo conoce, el gracioso de Luis Arce sigue creando nuevas
empresas estatales, continúa nacionalizando, mantiene en funcionamiento las
industrias que desangran nuestra economía y no hay nadie, absolutamente nadie
en la oposición, en las entidades cívicas, en los círculos de intelectuales y
en las entidades especializadas que salga a criticar semejante tragedia.
Nadie marcha, nadie bloquea ni convoca a paros para frenar esta barbarie que
nos llevará a la ruina, como ocurre en Cuba, donde hace mucho que importan
azúcar y ahora están por comprar habanos y ron de los países vecinos.
Bolivia ha nacionalizado tres veces y en todos los
casos el resultado ha sido un desastre. Pese a ello, la opinión pública, la
clase política, los académicos y toda la élite pensante del país sigue viendo
con buenos ojos o al menos con indiferencia, cuando el estado mete la mano en
la economía, lo peor que puede hacer un gobierno, el camino más seguro hacia la
calamidad, tal como lo demostró el chavismo en Venezuela.
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