Ovidio Roca
“Saber escuchar, saber aprender.
Habla menos y oirás más,
pues el acto de callarte hace mejor escuchar,
lo que saben los demás”. 2/12/21 j.ll.folch.
Tiempo atrás, escribí algo sobre la vida cotidiana en los
años de mi niñez y al respecto publique un artículo: “La antigua cultura
campesina y la actual teoría de género”. Este relato se refiere a esa misma
época y algo referido mi educación, lo poco que recuerdo.
Crecí en el campo allá por los años de 1940, en San
Lorenzo de la Barranca a la orilla del rio Grande, en el mismo lugar donde mucho
tiempo atrás se produjo uno de los asentamientos de la itinerante Santa Cruz.
Allí aprendí lo que puede a golpes y porrazos. No había escuela pero tuve la
suerte de que mi madre nos enseñaba a todos por igual; a los muchachos de la Estancia
y a todo quien quería aprender. Nos sentábamos como podíamos en el alar de la
casa y aprendíamos a leer y escribir más las cuatro operaciones aritméticas. La
tabla de multiplicar se la enseñaba cantando.
En esos tiempos nuestra vida y el trabajo se regía por
los ciclos de la naturaleza, conocíamos solo dos estaciones climáticas: la
época seca y la época de lluvias.
Y lo más mas se destacaba de estos ciclos naturales eran las fases de la luna, pues
estas tenían que ver con nuestro trabajo y la alimentación. Estas cuatro fases:
llena, menguante, nueva y creciente, nos mostraban cuando se debe sembrar,
cosechar y eventualmente podar algunos árboles, o cortarlos para que su madera
sea resistente.
Al respecto nos explicaban que la resina de las plantas sube y baja según las
fases lunares y eso lo aprendieron y nos lo enseñaron mirando la humedad de los
troncos cuando los cortaban.
Los árboles para aserrarlos y hacer tablas, nos decían hay que cortarlos entre
el cuarto menguante y luna nueva, pues la madera del tronco tiene
menos líquido porque la savia se concentra en las raíces. Lo mismo para las
hojas de motacú o cusi para los techos de las viviendas. La ropa no se debe
lavar en cuarto menguante.
En esa época las noticias llegaban, cuando alguien
pasaba a caballo por la estancia y se quedaba a comer y de paso a contar las
historias que había oído en el pueblo. Tiempo después mi padre compro una radio
a pilas y al anochecer escuchábamos las noticias. Se escuchaba la Radio Electra
(de Chavo Urioste), que bajaba la señal de la BBC de Londres en español y daba
a conocer el acontecer mundial.
No había refrigeradores, cuando se mataba una vaca o
se cazaba algo se lo consumía en el día y el resto se lo hacía charque. La
carne fileteada, charqueada, se la colgaba sobre unos palos al sol. Los pelaos
debían cuidarla de los suchas. Se les encargaba: ojo al charque.
Se aprovechaba todo, el cuero se lo estaqueaba al sol
para que seque, con este se tejían los lazos de cuatro y de ocho tiras, que
eran los más finos; también se lo utilizaba como alfombra y para dormir poniendo
alguna cobija e igualmente como techo o camarote de los carretones. Este cuero
crudo, doblado como un paquete, la llamada pelota, se la ponía sobre la
parrilla del carretón para cruzar los curiches y ríos, evitando que se mojen
las vituallas.
Nos alumbrábamos con velas de sebo, que se fabricaban
allí mismo con el sebo de las tripas de las vacas. Se lo derretía y colocaba el
líquido en una lata en la cual varias veces se champaban los pabilos de algodón
sujetos a una vara, hasta que tengan un buen grosor. Esto lo hacían los pelaos
champavelas. El jabón de lejía también se hacía de sebo calentado en un fondo
de metal y luego cortado con lejía de ceniza
Los pelaos jugaban con tabas, que son los huesos de
las rodillas de las vacas y también con los huesos de las patas, que parecen
terneros, se jugaba a la Estancia. Se fabricaban hondas con ramas de guayabo,
que son las más resistentes y se hacían bolas de barro greda.
Éramos cazadores y recolectores, así que los muchachos
cazaban con su honda para comer, generalmente chaicitas y cuquisas que eran las
más abundantes y fáciles de cazar con honda. Una forma de comer la presa era al
modo de los indígenas del Beni. Se cubre completamente la chaicita sin
desplumar con greda, arcilla, y se la pone cerca de las brasas de la fogata.
Los vivientes de esa época y lugar, la mayor parte de
lo que aprendimos de la vida lo hicimos preguntando a todos en la Estancia y a
los visitantes y luego mirando, escuchando, haciendo, errando, compartiendo,
rehaciendo. Todo en contacto directo con los animales, las plantas, los
objetos, con las personas, con la naturaleza, con la vida.
Ahora en este nuevo mundo digital del Siglo XXI donde
existe poco contacto con las personas y con la naturaleza; donde la información
es inmediatamente accesible vía internet el método de aprender necesita y debe
ser diferente, el método memorístico anterior que se aplica en los pueblos ya
no sirve.
ovidioroca.wordpress.com
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