Descubriendo el mundo con los bisnietos
Frecuentemente vamos al campo con amigos y su prole. En uno de esos periplos rurales, los niños (de cultura urbana) se acercaron a la cocinera que estaba pelando una gallina criolla para el locro y una de las niñas descubre aterrorizada que el pollo que su abuelo compra empaquetado en el “Super” es igual a esa gallina desplumada. Es el trauma el descubrir que eso que come casi todos los días, no es un producto fabricado, sino que corre y cacarea por el campo. La pobre niña que gozaba del pollo ahora enfrenta un dilema cuando se sienta a la mesa. Es el trauma de la realidad, es el descubrimiento que hay un mundo de lo aparente y otro de lo real y el reto de que hay que asumirlos ambos.
En estas aventuras ecológicas y peripatéticas los mayorcitos no participan; ellos están conectados a sus auriculares, jugando con sus celulares y sus videojuegos. Cuando los invito a caminar por el monte o navegar por el lago me miran con lastima como diciendo que ellos lo conocen y lo disfrutan mejor en la tele o el Internet. Viven conectados al audio, joystick, mouse, teclado, botones, que les permite vivir en un mundo virtual, percibir vibraciones, movimientos, sensaciones de velocidad o aceleración sumergirse en esa simulación sin consciencia y alejarse por un periodo de tiempo de la verdadera realidad, del desagradable y prosaico mundo exterior, de lo que pasa afuera, de lo que literal y materialmente es tangible y existe. Ellos están en un mundo nuevo, en un mundo virtual, en una segunda vida y cada uno con su Avatar.
Hay que coincidir que es bueno y necesario disfrutar de la tecnología; el Internet tiene todo lo bueno y lo malo que ha producido la humanidad y lo tenemos al instante; pero como en todo hay que saber elegir y eso implica formación y valores. El peligro es el escapismo a ese mundo virtual y depender o trasladar allí toda nuestra vida y negarnos a la dura y estimulante vida real.
Este mundo real donde nos ha tocado vivir, que hemos construido con tiempo y esfuerzo y en el que tenemos que aguantarnos o trabajar duro para mejorarlo. Al contrario en un mundo virtual si no se “cumplen las expectativas” puedes con un “click” ir inmediatamente a otro y otros, a empezar de nuevo.
Andreina tiene tres años y medio, aunque ya entra sola a Internet para jugar en el mundo virtual de Discovery Kids y escuchar su música, también disfruta del descubrimiento del mundo de la realidad y me acompaña y enseña a ese maravillarnos todos los días de la naturaleza y del mundo.
Por la edad yo me levanto temprano y la única que me acompaña a navegar en el kayak por el lago es Andreina, con chaleco y todo. En el muelle primero damos de comer a los pececitos y luego vamos navegando y conociendo que los patitos zambullidores muestran el cuerpo cuando nadan mientras los cuervo – víbora, solo su largo cuello; cuello que es más largo que el de los cuervos cambas que salen súbitamente del agua y vuelan en bandada frente a nosotros. Las gallaretas, chocas y las cunumis, más negras, son bulliciosas y gritonas, pero no tanto como los loros. Avanzamos por el lago mientras las garzas blancas vuelan silenciosas siempre delante de nosotros y se asientan de rato en rato para posarse sobre una rama y esperar que le saquemos fotos. Otras veces se ponen en al orilla para mirar y solazarse en su reflejo; son orgullosas unas de su blancura y otras de su cuello azul y penacho iridiscente.
Ella es experta en recoger totaí seco bajo la palmera y machucarlo para comer la calucha. Algunas veces sale uno premiado con un gordo gusano blanco y corre a invitarlo con poca aceptación. Ella y yo no tenemos remilgos y saboreamos ese sabor a leche de coco, cuidando de no comer la cabeza.
Entramos en bollo con los muchachos al monte del Refugio Ocorotú, para buscar mazorcas de chocolate antes que se las coman los manechis, cosechamos una bolsa llena dejando en los árboles la mitad para los monos, ardillas y tejones, que nos miraban molestos. La tarea es descubrir que el chocolate sale de una planta y no se fabrica. Partieron las mazorcas, chuparon algunas semillas, pero luego colocamos todas ellas en una vasija para que se fermenten por tres días, luego fue secarlas al sol, tostarlas en el horno y molerlas para tener el sabroso chocolate en la taza.
Alojamos a un grupo de muchachas, al día siguiente nos comentaron su descubrimiento del cielo nocturno. Me recordaron a los antiguos griegos, al contarme que en el cielo absolutamente oscuro (aun no había salido la luna y no hay luces en los alrededores) vieron miles de estrellas brillantes y descubrieron que algunas permanecían fijas mientras otras se movían; que habían visto la cruz del sur, escorpio, las tres marías o el cinturón de Orión. Mas tarde que la luna llena brillaba tanto que proyectaban su sombra mientras caminaban persiguiendo a los curucusís. Cuando estas niñas hijas de un amigo de la llajta llagaron a la propiedad, pensé que sin fiestas ni tele, se irían al día siguiente pero no fue así, el descubrimiento del cielo nocturno y la naturaleza las deslumbró.
La idea es que los niños conozcan el mundo de la tecnología y en el que vivimos realmente; que disfruten de la naturaleza como la heredamos, para que luego les cuenten a sus hijos que en tiempos de sus abuelos existían árboles, flores, frutas, aves y animales reales que nacían, crecían y morían y que en su corta vida eran más hermosos que los de sus hologramas virtuales y que por irresponsabilidad de sus padres todos ellos desaparecieron
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